Astrología Científica
Rafael Lafuente
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Yo Soy Profeta en mi Tierra
Rafael Lafuente
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Yo Soy Profeta en mi Tierra
Rafael Lafuente
«Por qué reprimir tímidamente la tentación de romper el molde del famoso proverbio "nadie es profeta en su tierra"? El pueblo español me conoce y me juzga, quizá a través de la deformada imagen que de mí ha propagado la TV, la radio y los periódicos. Una imagen la mayoría de las veces deformada, sacada de quicio a causa del empeño de los profesionales de la información en servir platos informativos con mucho picante pintoresco. Y aunque mi imagen me importa dos cojones, me importa muchísimo la imagen que la gente pueda, al fin, fojarse acerca de las verdades cuyo conocimiento me ha permitido contar públicamente por anticipado retazos enteros de la historia mundial en los últimos ocho años. Por lo demás, mis predicciones están ahí y el pueblo las conoce. El es mi juez.
Más de mil predicciones públicas hay en mi haber. Esas son mis únicas credenciales. No ha existido hasta ahora nadie que pueda superarlas en cantidad y calidad. Y conste que dejo a un lado la modestia deliberadamente, porque me parece un hipócrita engorro.
Mis primeras predicciones públicas las hice en el otoño de 1969. Estaban frescas todavía las resonancias de la revolución estudiantil del año anterior. La estampa greñuda y bohemia de los hippies paseaba su pacífica protesta anti-establishment por todos los caminos. Se les miraba con recelo y hasta con acritud. Se drogaban y jodian, y eso no estaba bien. La sociedad reprobaba sus perversas costumbres. Y ellos, con razón, le hacían a la sociedad un corte de mangas.
La sociedad que reprochaba sus rebeldes costumbres no tenía ningún programa de esperanza que ofrecerles. Al menos, ningún programa que pudiera ser invocado en nombre de valores más nobles que el goce juvenil de vagar libremente con sus guitarras, sus guirnaldas de flores al cuello, sus lemas —"hagamos el amor y no la guerra"—. Para la conciencia burguesa, lo que Marcuse, que tan vivida influencia dejó en aquella juventud, llamaba "la conciencia feliz", toda la pintoresca parafernalia hippy —atuendos estrafalarios, barbas apostólicas, el regusto de una pobreza provocativa—, representaba una aberración. Algo irreal que se hacía realidad.
La "conciencia feliz" creía y cree que lo que es real —la sociedad opulenta para los que disfrutan de ella; la servidumbre y la frustración para el que no está inserto en ese paraíso; la desesperación de los que se ven exterminados con el pretexto de liberarlos— creían, repito, que lo que es real es racional. Los jóvenes más sensitivos de aquellos años no lo entendían así.
A mí me caían simpáticos aquellos jóvenes "vestidos de sí mismos" y no conforme a modas convencionales. Veía en ellos un signo trascendental. Años atrás yo había llegado ya a varias conclusiones que la aparición de los hippies vino a confirmar. Occidente se aproximaba a un período en el que las conciencias más sensitivas iban a experimentar —tras la angustia del existencialismo— un sentimiento de mutación, precursor de unas auténticas mutaciones reales que ya se estaban insinuando en las primeras catástrofes ecológicas de regiones donde habían desaparecido especies animales que las habían habitado desde siempre, en la gradual degeneración del medio ambiente y, sobre todo, en otro plano de realidades, en la ruptura generacional de una juventud que no quería comulgar con ruedas de molino.
Preveía yo, y bien que lo anuncié insistentemente, que una acojonante crisis de la energía —anuncié públicamente la fecha exacta, octubre de 1973—, iba a poner a parir a los que confiaban en que el cuento de hadas hecho realidad de la prosperidad del "boom" europeo iba a continuar indefinidamente.
España, preveía, sumida en la catalepsia espiritual y cultural del severo paternalismo franquista, acabaría, al finalizar el año 1975, viéndose arrastrada por el torbellino común que haría crujir lastimosamente las estructuras tradicionales del mundo antiguo, todavía en pie.
Publiqué entonces un librito. La Magia acusa a la Ciencia, en el que, con todos los rodeos y preocupaciones a que obligaba la censura, disfrazaba de inocuidad mágica una serie de ideas y vislumbres que, poco a poco, iría depurando conforme se iban sedimentando mis impresiones. La intención básica del librito era tratar de despertar —¡qué iluso optimismo!— en nuestros intelectuales de pro el interés por la Ecología, a la que atribuía un trascendental papel, no sólo en la política práctica de las naciones civilizadas sino, incluso, en la política misma. Mi último libro recogía las resonancias últimas de aquella idea, vaticinando la importancia que iba a adquirir en Francia un partido que sería denominado "ecologista". Ahí lo tenemos ya.
La presentación del librito en el "Club-Pueblo" de Madrid, al comienzo del año ' tuvo un cierto pintoresco dramatismo. Con mi melena blanca y mi "cara de brujo" de la que no soy responsable, el tono apocalíptico de mi conferencia cayó bien, en el sentido de que la imagen de un "profeta" llegado de provincias constituía una anécdota harto noticiable.
El efecto, la "anécdota" viviente del tío de las melenas blancas que acusaba a la intelectualidad española de estar sumida en un letargo ciego, agradó en el mundillo asustadizo y escamón de la vida cultural —a nivel de gacetilleros vivarachos— del Madrid de aquel tiempo.
Aquello pasó sin pena ni gloria pero, poco a poco, mis predicciones públicas comenzaron a ser noticia codiciada, y la figura del futurólogo empezó a aparecer con cierta frecuencia en TVE y en lo que el incomparable Paco Umbral define como "la prensa del corazón y del ovario". Esa que, según creo, las masas arteramente embrutecidas por la futbolatría devoran con placer.
Mi experimento público de predicción histórica fue pronto un hecho notorio. Yo había decidido emprenderlo porque entendía que la única manera de convencer a nuestros "cultitos" de las verdades que la Astrología atesora, tenía, que estribar en demostrarlo con hechos aplastantes.
En principio, yo llevaba las de perder, porque yo no venía a traer buenas nuevas ni a anunciar un futuro feliz para el mundo. Y como a la gente le gusta creer lo que quiere creer, y rechaza lo que le desagrada, mis vaticinios sobre el próximo final de las vacas gordas y sobre las perspectivas sombrías del mundo, no iban a encontrar ni buena acogido ni mucha credibilidad. Pero las contundentes evidencias sucesivas de que yo "tenía hilo directo con el futuro", fue poco a poco transformando la curiosidad anecdótica que despertaba mi pintoresquismo, en un interés respetuoso. "El viejo de los pelos blancos" sabía cosas que los demás no conocían.
He creído que a muchos lectores les puede interesar que refresque su memoria enumerando algunas de las predicciones de auténtica importancia que fui formulando, mes tras mes y año tras año, en el decurso de aquel experimento, cuyo remate final ha consistido en el éxito de mis predicciones meteorológicas para el período otoño-invierno 1976-77. Ahora, lo que me importa es que el mundo científico e intelectual calibre con justa objetividad la tremenda importancia que en todos los campos de la actividad y el interés humano puede tener la aplicación de las técnicas futurológicas que yo empleo.
La civilización tecnológica es tan vulnerable, que todo está expuesto a un colapso mortal si un atentado a gran escala destruye sus resortes vitales. La posibilidad de fabricar bombas atómicas de "confección casera" es uno de los graves peligros que amenazan a la sociedad. El objeto primordial de mi experimento predictivo, era evidenciar que la "previsión de lo imprevisible" era viable si se usaban los medios técnicos adecuados. He demostrado que así es. Y opino que, como proyecto científico y tecnológico, el perfeccionamiento de estas técnicas es hoy en el mundo un quehacer apremiantemente inaplazable. La espada de Damocles que nos amenaza pende de hebras demasiado finas.
La primera de mis predicciones públicas con cierta resonancia popular, se refirió al proyectado viaje espacial del Apolo XIII a la Luna. "No llegará a la Luna —anuncié— pues sufrirá un percance en el viaje de ida y será un milagro si sus tripulantes regresan a la Tierra sanos y salvos." La predicción se cumplió, como fueron cumpliéndose sucesivamente, en su mayoría —el índice de errores osciló siempre alrededor del 8 por ciento— los posteriores vaticinios.
Mis predicciones no consistieron siempre en anticipaciones detalladas de acontecimientos o situaciones futuras. En la mayoría de los casos consistieron en brevísimos, lacónicos pronósticos, limitados a una fecha y a un indicio. Por ejemplo: "gran tensión en China en tal fecha", "dificultades para Alemania hacia el día tal". Pero ello no invalida el hecho de que, en efecto, en el día indicado —a veces con 24 horas de anticipación o dilación— y en el país citado, se producían acontecimientos cuya importancia y cariz justificaban plenamente el pronóstico.
Para mí, al comienzo del experimento, lo más importante era obtener un índice elevadísimo de predicciones cuyo acierto recayera en las fechas, puesto que creía vital demostrar que la precisión en la prospección de acontecimientos venideros se podía lograr con una exactitud cronológica casi matemática.
En otros casos, la predicción era prolija, abundante en detalles y matices. Hubo ocasiones, como en la de mi predicción del vuelo del Apolo XIV, cuya descripción anticipada llenaba más de media página del periódico en que fue publicada o —como en el caso de mis previsiones sobre la crisis de la energía—, en que los acontecimientos pronosticados eran objeto de un razonado tratamiento.
Con respecto a esta última predicción, publiqué diversas anticipaciones breves y concisas que completé después, con una auténtica exhortación a los políticos y economistas que no sospechaban la que se nos venía encima. Pero desdeñaron olímpicamente mis advertencias.
He aquí las consideraciones que expuse en relación con la crisis anunciada:
"Los optimismos triunfalistas —profeticé tres años antes— sufrirán en 1973 un amago de infarto que evidenciará la vulnerabilidad de la civilización tecnológica y del gran capitalismo. Ruego al lector tome nota de esta predicción mía y no la olvide
Digan lo que digan nuestros vigías oficiales del futuro. Nuestros planificadores sólo pueden prever lo que es racionalmente previsible, pero en las universidades no se enseñan las técnicas que a mí me permiten prever lo imprevisible, lo insospechable, lo insólito, con un margen de error no superior al promedio de errores que puede cometer un médico, un ingeniero y no digamos un político.
En 1973 Occidente —España incluida— tendrá que apretarse el cinturón. Ya en 1972 algunos países del Tercer Mundo productores de materias primas exigieron un alto precio por esas materias. Después, en 1973, 1a incipiente escasez de ciertos productos básicos se verá agravada por ese amago de infarto mundial, precipitado quizá por un conflicto bélico. La mecha soterrada que pasa por las pirámides de Egipto, por el Sinaí, por el Eúfratres y por otros puntos que conocemos los iniciados, estropeará no pocas cenas de Baltasar. En 1973, los gobiernos de los países ricos impondrán severas medidas de restricción del consumo. Frente al socialismo de Jauja, se impondrá el socialismo del desastre. Habrán de ser revisados todos los planteamientos triunfalistas."
En Julio de 1973, en una reunión de empresarios de la Costa del Sol celebrada en el Pez Espada de Torremolinos, advertí a los asistentes que en octubre, las vacas flacas harían su inquietante aparición en los prados del triunfalismo celtibérico, y que sería prudente que se abstuvieran de pedir créditos a los bancos para acometer empresas que sólo contaban con la confianza en que todo el monte seguiría siendo orégano indefinidamente. Los que me hicieron caso se alegran hoy de ello.
También a los políticos españoles les avisé numerosas veces sobre estos y otros quebrantos. Envié cartas certificadas —que naturalmente no tuvieron respuesta— a ministros de tres gobiernos sucesivos, tratando de que repararan en el cumplimiento de las predicciones que contenían mis cartas, predicciones que se referían tanto a la próxima fecha en que dejarían de ser ministros como a sucesos que nuestros vigías del futuro no estaban en condiciones de prever. Y nada. Perdí el tiempo lamentablemente esperando siquiera un cortés acuse de recibo. Ni eso.
Al fin, en 1974, hallé oportunidad de rematar mi experimento ante el gran público. Vox populi, vox dei, como dicen. Me ofrecieron una columna diaria en el periódico Pueblo. Aunque convenientemente castrados y mutilados por aquello del "bien común", mis primeros artículos en dicho diario contenían predicciones que se cumplieron en las fechas anunciadas por mí. Y aquellos éxitos acabaron creando un clima de expectación nacional en torno a lo que decía el futurólogo Lafuente.
Otros tres aciertos consecutivos en TVE disiparon las dudas aún existentes sobre la capacidad predictiva de mis técnicas y ya desde entonces, aunque mi persona fue en muchos casos objeto de sátiras o ataques, la autenticidad de mis vaticinios y de su cumplimiento se impuso de una manera rotunda. •
Enumero a continuación las predicciones que a mi juicio merecen especial atención porque se trataba de acontecimientos o situaciones de gran trascendencia política o histórica:
Crisis de la energía. • .
Crisis económica mundial.
Salida del Presidente Nixon de la Casa Blanca.
Lanzamiento de los Apolo XIII y XIV.
Cinco crisis sucesivas de Gobierno. .
Ocaso del franquismo y muerte de Franco.
Muerte de Mao. .
Muerte de De Gaulle. . . .
Revolución portuguesa.
Sequía del verano de 1976. ,
Reelección de Nixon.
Derrota electoral del Presidente Ford.
Entre las predicciones de importancia menor pero que tuvieron gran repercusión en la opinión, citaría la correspondiente a la fecha de la muerte de Monseñor Escrivá de Balaguer, la masacre de la Olimpíada de Munich, el terremoto y reactivación del volcán de la isla de Hierro en Canarias, la devaluación del dólar, mis augurios sobre el Sahara y algunas fechas críticas de la política española, así como resultados de las elecciones en el Reino Unido.
©Rafael Lafuente 1976
Mi Experimento Público de Predicción Histórica
1969-1984
1969-1984
Rafael Lafuente
Soy quizás el español que más veces ha repetido en su vida el proverbio chino que el Mayo francés popularizó en occidente: "Cuando se señala a la Luna, los imbéciles miran al dedo". La razón es obvia. Son va unas dos mil veces las que durante mi experimento público de predicción histórica que ha durado quince años, he tenido ocasión de comprobar la triste verdad del refrán chino. La primera vez que señalé hacia algo que valía la pena considerar en orden a posibilidades tecnológicas «made in Spain», fue en 1969 y tuvo que ver precisamente con la Luna. Fue mi primer pronóstico a medio plazo; un pronóstico breve; pero preciso y harto explícito: «El Apolo XIII no llegará a la Luna. Sufrirá un percance técnico en el viaje de ida, y los astronautas serán muy afortunados si retornan a la Tierra sanos y salvos». La predicción se cumplió, como fueron cumpliéndose, una tras otra, todas las que siguieron a aquel ensayo experimental. Algunas me fallaron, salvo las referidas a las lluvias. El promedio de errores cometidos en mi carrera de futurólogo, osciló siempre entre un seis y un siete por ciento.
Excluyo de esa globalización los hechos importantes ocurridos en países que no figuraban en mi experimento público de predicción histórica como objeto del mismo.
Siempre he tenido a disposición de quienes desearan verificar el anterior aserto, el archivo de recortes de prensa que acreditan lo que, por lo insólito del caso, puede parecer una jactanciosa presunción. Revistas como Interviú, La Jaula, Contrastes, y otras, así como los diarios El Alcázar, Arriba, Pueblo, Noticiero Universal, Sol de España y el Diario de la Cosía del Sol, guardan en sus archivos los mismos testimonios que mi colección de artículos publicados reúne.
El resultado de mi experimento público de predicción histórica que ha durado poco más de quince años, ha sido el siguiente:
Pronósticos meteorológicos a largo plazo: 22
Acertados ............... 22
Fallidos ................. ninguno
Pronósticos políticos, económicos y de
índoles diversos: ...................... 1.972
Acertados ............... 1.838
Fallidos ................. 134
Proporción de aciertos ........ 93%.
Me parece supérfluo comentar los resultados de mi experimento. Deseo, sin embargo, aclarar que algunas de mis predicciones fallidas no fueron, en verdad, auténticos errores, sino fruto de un propósito personal; medios para alcanzar un fin ajeno al de ver cumplido mi pronóstico. Cito, por ejemplo, mis catastrófistas pronósticos sobre la proximidad de la III Guerra Mundial. Lo que me indujo a formularlos era mi deseo de convencer a los españoles de que la integración de España en la OTAN podía costar al país un precio demasiado elevado. Confiaba yo, ingenuamente, que a la vista de mis continuos aciertos predictivos, los intelectuales españoles reaccionarían vivamente cuando lancé el siniestro augurio de que la confrontación entre las dos grandes superpoten-cias podía sobrevenir a finales de 1984.
La expectación creada por el libro de Orwell, «1984», y el año bisiesto y otras circunstancias parecidas facilitaban mi propósito de que la corriente de opinión anti OTAN fuese más multitudinaria y más dinámica. Pero cometí un gran error de apreciación psicológica. Había señalado a una Luna, y nuestros indígenas notables habían mirado al dedo, displicentemente, y eso fue todo.
Otros fallos se debieron a que los datos que utilicé para elaborar mis pronósticos resultaron ser erróneos o falsos, y lógicamente, los cálculos que en ellos se basaban, estaban condenados a un fiasco.
No me importa, sin embargo, que errores que verdaderamente no lo fueron, figuren como tales. El resultado del experimento es, aún así, digno de que nuestras lumbreras diplomadas y nuestros políticos reflexionen sobre esos quince años perdidos, que de haber sido aprovechados, nos habrían permitido desmentir a Unamuno, demostrando que nosotros somos capaces de inventar cosas que a «ellos» no se les había ocurrido todavía.
Cito, a continuación, las predicciones que a mi juicio merecen especial atención porque los acontecimientos anunciados tuvieron una sobresaliente importancia política o histórica:
— Fecha y .circunstancias de las situaciones que originaron la crisis de energía.
— Recesión y crisis económica mundial.
— Guerra Indo-pakistaní y resultados de la misma.
— Dimisión del Presidente Nixon.
— Lanzamiento de los Apolos XIII y XIV y principales incidencias de los mismos.
— Seis crisis sucesivas de gobiernos en España.
— Muertes de: De Gaulle, Pompidou, Mao Tse Tung, Franco y Breznev.
— Masacre de la Olimpiada de Munich.
— Revolución portuguesa.
— Sequía de 1976.
— Derrota electoral del Presidente Ford.
©Rafael Lafuente 1976
Reivindicación de la Astrología Pura
Rafael Lafuente
Aunque las creencias-astrológicas populares son ridículamente absurdas y, en menor medida, también lo son las delirantes nociones mágicas de los astrólogos vulgares, tengo que admitir que, como me asisto de la Astrología para orientar mis temas prospectivos, debo decir algo sobre la vieja y vilipendiada ciencia de las estrellas. La astrología pura, la que aspira legítimamente a ser reivindicada en las aulas universitarias es, innegablemente, una ciencia que se quedó atrofiada. No hay que olvidar que Kepler, uno de los grandes atletas del pensamiento premoderno, además de un genio de la Astronomía y un brillante matemático, fue también astrólogo. Kepler reprochaba a los hombres de ciencia de su tiempo el súbito fanatismo anti-astrológico que los descubrimientos de Copérnico habían desencadenado. "Ciertamente -son palabras de Kepler- la Astrología flota en el agua sucia de anacrónicas creencias y supersticiones.
Pero no hay que arrojar ese agua sucia y con ella el bebé que flota en ese agua". Con el símil del bebé que es ajeno al agua sucia que lo baña, Kepler describió certeramente la situación de la Astrología en el tiempo en que el venerado sistema geocéntrico de Ptolomeo se vino abajo. Desde la cultura de la Grecia clásica, hasta finales del Renacimiento, la Astrología, como la Medicina, como los escarceos de la Alquimia, habían sido prótociencias embrionarias, detenidas en el lindero donde la magia y el saber científico se confunden. Los sesudos médicos del siglo XVII, que todavía estaban convencidos de que los «miasmas» o microbios nacían por generación espontánea, y que trataban a sus pacientes con purgas y sangrías no merecía más crédito científico que los astrólogos de Corte -Kepler lo fue, en la Corte del Duque de Wallenstein-: Aquellos antecesores de Pasteur y de Lister dogmatizaban sobre los diferentes humores del cuerpo humano, con la misma sesuda seriedad con que los astrólogos contemporáneos suyos pontificaban sobre los cuatro elementos esenciales del Universo: fuego, tierra, aire y agua, o acerca de las influencias mágicas de los planetas sobre el destino de los humanos. Todas las ciencias tradicionales, salvo la Geometría y las Matemáticas, eran todavía entonces ciencias bebé. Pero entre la Astrología y las restantes ciencias existió ulteriormente una diferencia histórica capital: la Astrología, al ser expulsada de la Universidad en 1666, permaneció en su estado embrionario, en tanto que las restantes disciplinas académicas, fueron cultivadas con acendrada perseverancia, hasta alcanzar el prodigioso desarrollo de nuestro siglo.
Fieles al rigor racionalista que debe presidir nuestra exploración por un campo todavía desconocido por la Universidad, hemos de descartar la simplista creencia en la influencia mágica de los astros sobre la vida humana. Sin embargo, no podemos descartar un aspecto de la Astrología cuya importancia real trasciende los límites de la Ciencia y abre perspectivas inéditas al conocimiento unitivo que Aldous Huxley soñara cuando se refería al sabio cabal, que sabe relacionar el átomo y la galaxia, y ambas cosas con los asuntos de la vida diaria.
En quince años, en el curso de un experimento público de predicción histórica, de un total de más de 1.900 predicciones he acertado un 93%. Como «test» de mis técnicas de prospectiva, el resultado ha sido brillante. Pero como el sustrato de mi eficaz metodología es una astrología que funciona tan convincentemente como cualquier ciencia empírica, algo habré de decir sobre ese milenario saber cuya aplicación a mis técnicas de prospectiva me ha prestado servicios tan notablemente eficaces.
No voy a explicar como funciona la Astrología. Hay disponibles en las librerías tantos tratados o prontuarios de astrología, que ello me exime del trabajo de repetir lo que esos tratados explican. Lo que me interesa explicar es otra cosa de mayor enjundia: ¿POR QUE FUNCIONA LA ASTROLOGÍA?.
Quizá podamos hallar la respuesta a esa pregunta en el campo del proceso natural más importante para la vida: la interacción de las radiaciones cósmicas con la materia. La ciencia nos enseña que las radiaciones electromagnéticas ejercieron un papel decisivo en la formación de la primera materia orgánica aparecida en nuestro planeta. Su interacción con los hidrocarbonos, aminoácidos, etc. originó la construcción de las primeras combinaciones moleculares capaces de cubrirse con una membrana superficial y reproducir copias de sí mismas. EÍ portento cósmico del nacimiento de la vida fue posible gracias a esas interacciones. Pero la energía electromagnética y los elementos físicos y químicos que participaron en la creación de sistemas vivos, siguen participando en la perpetuación de las especies, al cabo de millones de años de lenta evolución. El bombardeo de radiaciones de alta energía procedentes del espacio exterior continúa siendo, como en los albores de la vida terrestre, uno de los factores fundamentales de la reproducción y conservación del mundo vegetal y animal. Usando una licencia poética, más literal que metafórica, podríamos decir que todos los seres vivos provenimos de la radiación solar. Nuestros cuerpos están formados de átomos y moléculas que producen energía química y energía eléctrica. La energía química y la energía eléctrica usadas por nuestras células, fueron un día pura luz solar; una inmensa cascada de fotones. Gracias al proceso de la fotosíntesis, la luz que nos llega del Sol es absorbida por la clorofila de las plantas, y, combinada con el agua, se transfigura en vegetales que, al ser ingeridos por el mundo animal se transforman en proteínas, grasas, etc.-
Pero tornemos al tema de las interacciones de la radiación con la materia. Sabemos que las radiaciones procedentes del Sol y del medio interplanetario que su sistema abarca, afectan a las ondas de radio, al tiempo meteorológico, y a los sensitivos sistemas vivos de la flora y la fauna planetaria. Eludo enumerar las diferentes radiaciones a las que estamos sometidos, pues su árida reseña resultaría tediosa al lector. Cito solo unas cuantas. Son harto conocidos los efectos físicos que las radiaciones provocan en diferentes sustancias: cambios estructurales en los cristales, frecuentemente acompañados de cambios de la dimensión estructural; cambios en las propiedades mecánicas estáticas, tales como la elasticidad o la dureza; activación de las moléculas, que bajo la acción de la energía ondulatoria experimentan una gran variedad de sorprendentes reacciones químicas. La emisión de rayos ultravioleta daña al DNA, interfiriendo el proceso de «replicación» de nuestras células. Muchos procesos metabólicos, fisiológicos e incluso psicológicos son periódicamente controlados por la acción de la luz. Cualquier biólogo conoce todo esto, así como los daños resultantes de una ionización excesiva. La sensibilidad a las radiaciones, por parte de las células de organismos de alta complejidad, es muy sutil. Cito algunos ejemplos más. En las células, el proceso llamado «mitosis», puede también ser perturbado por la radiación. Radiaciones de alta energía originan aberraciones en el comportamiento de los cromosomas. Todo esto es archisabido/repito, por cualquier biólogo corriente. Y sin embargo, a ningún biólogo se le ha ocurrido todavía dedicar una sola hora a reflexionar sobre esas obviedades más allá de conexiones empíricas entre radiaciones dañinas o letales y recursos terapéuticos disponibles para remediar las lesiones que tales radiaciones ocasionan. Al parecer ningún científico oficial ha sentido la tentación de meditar sobre las posibles interacciones existentes entre el hombre considerado como sistema, y ese otro inmenso sistema -el universo solar- en el que el hombre vive inmerso. Por supuesto, lo que corresponde al biólogo es observar a través del microscopio la realidad implícita de su específica parcela científica. Pero su concepción de la realidad se enriquecería sobremanera si, de tarde en tarde, observara la realidad a través del telescopio.
Volvamos un momento sobre lo expresado al comienzo de este capítulo. Si la vida terrestre surgió de la interacción de las radiaciones cósmicas con los elementos químicos ya citados, ¿como es que los científicos al alcanzar tal conclusión, ponen punto y final a su inquisitivo interés por la cuestión y renuncian a preguntarse cual es el «role» de las radiaciones respecto a los sistemas vivos actualmente existentes al cabo de un proceso evolutivo que comenzó hace millones de años tras las primeras rudimentarias eclosiones biológicas terrestres?. ¿Qué misterioso bloqueo mental o psicológico impide a los científicos indagar sobre la actual interacción de los elementos que participaron en la aparición de los primeros mamíferos, por ejemplo?. ¿Es que quizás sospechan que esa interacción se extinguió a lo largo del devenir evolutivo de las especies?. ¿Creen acaso que la semilla de la vida, una vez germinada, es ajena a los procesos vitales de su fruto?. Así parece ser, por cuanto nadie tiene noticia de que el mundo científico se halla preocupado de investigar lo que las anteriores preguntas demandan. Si, como sería estúpido negar, esa interacción sigue ejerciendo un papel importante en el mundo biológico del presente, ¿por qué menosprecian la afirmación de los pobres, ignorantes astrólogos, de que el mundo estelar influye sobre la vida terrestre?... ¿Acaso la ciencia misma no sostiene una afirmación semejante, al enseñar que gracias a las energías electromagnéticas procedentes del mundo estelar y a su interacción con elementos químicos diversos, los ancestrales océanos incubaron las formas de vida primigenias?.
Cuando el pensamiento científico se topa con hechos o ideas que no es capaz de comprender, reacciona culpando al hecho de su propia incapacidad para comprenderlo. Termino este capítulo con un pensamiento de Humbolt: «Un escéptico que rechaza los hechos evidentes, sin ahondar en ellos, comete una forma de tontería mucho más funesta que la pasiva credulidad de los tontos a secas».
©Rafael Lafuente 1976
La Futurología
Rafael Lafuente
Desde los años cincuenta, la incertidumbre mundial sobre el porvenir de nuestra especie indujo a las capas pensantes de Occidente a ensayar métodos racionales de ideación anticipadora, encaminada a prever o a diseñar futuros posibles, ayudando así a las clases dirigentes a planificar el provenir. En ese empeño, el Club de Roma dio el do de pecho.
En la universidad española, encadenada todavía en muchos aspectos a tradiciones momificadas, no existe dedicación alguna al estudio de técnicas que, de un modo u otro, tienen por objetivo la previsión del futuro. Es justo aclarar que tal laguna es común a la mayoría de las universidades occidentales, si bien ésta omisión se encuentra compensada fuera de España por la existencia de instituciones que trabajan sobre aspectos diversos de la pronosticación, particularmente en sus aplicaciones a la tecnología, la economía y la ecología.
También en el mundo socialista proliferan esta clase de estudios. En España, donde la mediocridad y la incompetencia han sido durante cuarenta años títulos de honor y jerarquía, generosamente subvencionados por los administradores del bien común, no existe ninguna entidad consagrada eficazmente a esta ciencia novísima. Sólo estoy yo, en solitario, haciendo la guerra por mi cuenta, como aquel generalito mejicano del chascarrillo.
No faltan, por supuesto, ilustres estudiosos que se afanan plausiblemente en estudiar la futurología de corte académico, pero son más bien estimables teóricos que carecen de valor instrumental para saber si va a llover mucho o poco el invierno que viene, o quién podrá ser el presidente del próximo gobierno de S. M.
La palabra futurología, viene siendo usada por el vulgo y por los vivarachos profesionales de la información con el despiste natural de quienes no han tenido quién les enseñara algunas cosas, además de las cuatro reglas. Así es que vamos a explicar brevemente lo que debemos entender por futurología.
Como dijo alguien, no recuerdo ahora quién, todos somos futurólogos. Proyectar una acción, anunciar algo que nos proponemos hacer, o calcular a qué hora pasará por una determinada estación el tren en que viajamos —si no es de la RENFE—, equivale a predecir un fragmento de nuestro futuro. Una empresa que elabora unos planes de "marketing", un gobierno que prepara un plan de desarrollo o de reactivación de la economía, una familia que proyecta unas vacaciones estivales, no hacen sino vaticinar sobre el papel una serie de acciones futuras y de futuras situaciones derivadas de ellas. Tales vaticinios suelen cumplirse, por lo general, en sus líneas fundamentales —si no se trata de un plan de desarrollo a lo López Rodó—, a menos que unos factores o circunstancias imprevisibles originen situaciones con las que no contaban los autores del proyecto —que es lo que le pasó a López Rodó por no hacer caso del futurólogo.
La creciente necesidad de obtener información orientadora sobre lo que el futuro puede reservar a un país o a una comunidad en el campo de la política, la economía, etc., ha venido promoviendo, como dije antes, la creación en varios países de centros de futurología o prospectiva, algunos de los cuales emplean centenares de especialistas en diversas ramas del saber, dedicados a tactear las posibles líneas matrices del porvenir en los diferentes sectores de los intereses humanos.
Son famosos los think-tanks o "fábricas de pensamiento" americanas, como la Rana Corporation, la MIT, el Hudson Institute o el Resources four the Future. En Viena existe el Instituto de Investigaciones sobre el Futuro; en Francia, la Asociación Internacional Futurible, etcétera.
Hasta ahora, la posibilidad de formular previsiones objetivamente fundadas y calculables en términos de espacio-tiempo en relación con acontecimientos humanos, ha sido considerada como un problema insoluble. Las técnicas de prospectiva o futurología utilizadas por esas "fábricas de pensamiento, han demostrado su validez en lo que se refiere a la "previsión de lo racionalmente previsible". Pero su utilidad ha resultado prácticamente nula en el campo de la previsión de hechos o situaciones inesperadas que, de manera súbita, alteran totalmente los factores tenidos en cuenta para la elaboración de las previsiones.
Un ejemplo relativamente reciente de esa limitación pronosticadora, fue la guerra árabe-israelí de 1973 y la subsiguiente crisis del petróleo, que convirtieron en papeles mojados no pocos trabajos de prospectiva sobre precios de carburantes y posibilidades industriales.
Planificaciones minuciosas, estudios de mercado cuidadosamente elaborados, quedaron repentinamente invalidados por la decisión árabe de restringir y encarecer
Los suministros petrolíferos. El hecho de que ningún futurólogo de corte académico hubiera previsto la crisis de la energía y la subsiguiente crisis económica a que aquella dio lugar, mermó considerablemente el prestigio de las costosas fábricas de pensamiento. El único futurólogo del mundo que previo aquella crisis y que, incluso, profetizó la fecha y las circunstancias en que dicha crisis se produciría, fue el autor de estas líneas.
En el terreno de la prognosis tecnológica, esas fábricas de pensamiento futurológico han probado, repito, ser útilísimas. Pero en otros campos, su labor de modernas Casandras se ve limitada por la teórica imposibilidad de vislumbrar hechos y situaciones futuras de naturaleza súbita y fortuita. La Futurología al uso opera sobre hechos conocidos y hechos racionalmente previsibles, y sobre esos pilares, asistida por la Cibernética y la Estadística, construye ideaciones cuya materia prima es lo racionalmente conjeturable.
Las limitaciones teóricas de la futurología o la prospectiva —imposibilidad de prever lo imprevisible, lo súbitamente accidental, lo súbitamente catastrófico— han sido aceptadas por los futurólogos como inherentes a la naturaleza de las cosas.
Pero esas limitaciones son, hasta cierto punto, superables. Llevo ocho años demostrándolo. Las técnicas de prospectiva utilizadas por los institutos de futurología en los países científicamente adelantados, se han venido basando en encuestas, cálculos de probabilidades, estadísticas y, por supuesto, en la capacidad humana de ideación de lo racionalmente previsible o probable.
La prospectiva de sistemas —basada en gran parte en la Astrología— viene a ampliar y profundizar los campos de acción de la Futurología. La prospectiva de sistemas se ocupa específicamente de prever esos factores imprevisibles que la Futurología académica descarta como imposibles de detectar. Puede detectar en el futuro lo que la futurología subvencionada no puede detectar si continúa insistiendo en sus actuales técnicas. La prospectiva de sistemas, aspira a combinar todas las modalidades de previsión obtenida mediante el empleo de las técnicas que yo utilizo. De modo que, al elaborar un plan de marketing, o constituir una empresa, o planear un Plan de Desarrollo, gracias a esas técnicas nos hallamos en condiciones de saber de antemano todo lo esencialmente importante que puede suceder en el futuro, como fruto de la acción emprendida o que se proyecta emprender. Esas técnicas se basan, principalmente, en la realidad de unos fenómenos de sincronicidad cosmo-geo-rítmica que hace miles de años habían sido observados y estudiados por los astrónomos-astrólogos. Definición: conjunto de técnicas de precognición racional que nos permite prever, con exactitud cronológica casi perfecta, cómo se desarrollará en el futuro una acción o empresa.
©Rafael Lafuente 1976
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